La pasada semana nuestro colegio hermano, San Felipe, sufrió la pérdida de uno de sus integrantes, el muy querido Boris, un hombre jóven que luego de una estoica lucha contra una leucemia, descansó en paz. Muchos vivenciamos su testimonio de fe y de bondad, que ni el dolor ni la dificultad de los exámenes y drogas molestas, debilitaba.
Asistir al velorio y su misa fúnebre, fue tan bello. Si bien el dolor siempre duele, qué bonito es vivirlo en comunidad. Alumnos, apoderados, profesores, directivos, compartíamos su afecto y como en una contención invisible, nos sosteníamos unos a otros. Qué alegría fue encontrarse con algunos alumnos y profesores del San Nicolás que lo conocieron y que con su presencia representaban a nuestra comunidad. Qué alegría fue sentir el abrazo generoso de algunos que en un silencio amoroso, me contuvieron también. Gracias por ello.
Cuando hay grandes alegrías y grandes dolores, parece que nos vemos más. Tomamos conciencia los unos de los otros y de la historia compartida. Estimados todos, ojalá nunca nos toque vivir lo que al San Felipe. Ojalá mucha dicha forje nuestra unión y cariño. Ojalá no necesitemos mas que la compañía cotidiana para valorarnos los unos a los otros, con nuestras pequeñeces y grandezas. Ojalá nuestra comunidad crezca en el amor y el conocimiento mutuo. Por mi parte, debo dar testimonio que ese día, en medio del dolor de la pérdida, supe que mi corazón está en el San Nicolás, que pertenezco aquí en cuerpo y alma, porque la alegría de verlos allí me lo demostró. Gracias Boris por ese regalo final.